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Las costumbres indígenas se han visto afectadas por la violencia en la región.
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Niños wayúu recuperarán la identidad que les quitó el conflicto armado

Inaugurarán un colegio con sala virtual para la recuperación de la memoria histórica.

Las comunidades Wayúu del desierto de La Guajira ultiman estos días los detalles para inaugurar una escuela que contará con una sala virtual y otra de memoria histórica, donde casi un centenar de niños recuperarán una identidad que perdieron por culpa del conflicto armado colombiano.

El Centro de Cultura y Pensamiento Wayúu "Akuaipa" busca "transmitir a los niños su propia cultura", que desconocen porque nacieron lejos de la tierra ancestral que representa para sus padres la Bahía Portete, explica el director de la fundación World Coach Colombia, Manuel Guillermo Pinzón, en declaraciones a Efe.

Esta iniciativa, liderada por la propia comunidad y World Coach, cuenta también con el apoyo del banco español BBVA, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid).

La mayoría de los alrededor de 70 niños wayúu a los que se imparte clases se criaron en Venezuela porque sus familias se vieron obligadas a huir de sus hogares, después de que las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) cometieran en abril de 2004 otra masacre más, esta vez en Bahía Portete.

Los habitantes de esta zona remota sufrieron la violencia sinsentido del bloque norte de las AUC, que arrasó, como hizo en el caserío de El Salado, también en el norte de Colombia, todo lo que encontró a su paso: casas, el centro sanitario y la escuela de la zona, entre otras instalaciones.

El objetivo, hacerse con el control del puerto de gran calado, de juridiscción wayúu, "para dominar el territorio y así poder exportar la droga que se producía en la Sierra Nevada e importar a su vez armas", apunta Pinzón.

Durante los tres días que duró la toma, varias mujeres fueron torturadas y asesinadas, mientras el resto logró huir a los cinturones urbanos de Maracaibo (Venezuela), donde comenzaron una nueva vida y formaron familias, cuyo destierro se prolongó hasta hace poco más de un año.

Actualmente ha retornado más de un centenar de ellas, las cuales luchan por levantar de nuevo un territorio en el que todavía son visibles las heridas en forma de agujeros de bala que aparecen en las paredes de lo poco que queda en pie.

"Cuando regresamos no había nada, las casas estaban derruidas. Destruyeron todo", recuerda a Efe una de las líderes wayúu y defensora de derechos humanos Debora Barros.

A la nada que allí se encontraron los wayúu hubo que sumar el vacío identitario de los niños que nacieron en el país vecino y pasaron en cuestión de días de tener luz y agua a vivir en las dunas del desierto, un cambio demasiado drástico.

Nataly Dominga, una de las profesoras de la escuela, relata a Efe que cuando tuvo que exiliarse no tenía hijos, pero retornó a Portete con tres pequeños a su cargo que no terminaron de entender el repentino cambio.

"Mis hijos me preguntaron, 'Mami ¿qué hacemos acá?' Yo les respondí que en realidad Venezuela no era nuestra casa y que regresamos para recuperar nuestro territorio y para que ellos sepan de dónde son, de dónde es su familia", añade.

Según Pinzón, la "angustia colectiva de los padres de ver cómo sus hijos se estaban perdiendo", de ver incluso que no habían heredado ni siquiera la lengua materna indígena, el wayuunaiki, hizo que rápidamente se movilizasen para formar una escuela.

"Hablé con las mujeres que veía más capacitadas y les dije, '¿por qué no hacemos y armamos una escuelita?' Fue difícil porque hasta los mismos papás no confiaban en ellas", revela Barros en referencia a las cuatro profesoras que se encargan de formar a los pequeños.

Empezaron con clases informales debajo de las precarias enramadas de yotojoro, la madera que se extrae del cactus al secarse, y un año después están por estrenar las placas solares que les permitirán poner en marcha el aula virtual y la sala de memoria histórica.

"Ahí es donde estará concentrada nuestra resistencia, lo que sufrimos, y es importante que eso se mantenga en la historia para que nuestras nuevas generaciones conozcan y valoren el esfuerzo y la lucha que se está haciendo en la comunidad", sentencia Barros.

En el centro "Akuaipa", además de enseñarles a escribir y leer en español y wayuunaiki, los menores de entre 6 y 16 años aprenderán a tejer, pescar y bailar la Yonna (danza tradicional), así como a elaborar productos artesanos como las hamacas, donde duermen bajo el cielo estrellado del desierto.

EFE

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